Llega el nene de la escuela. Se pone a jugar, ve televisión, come, y como a las 9:00pm la mamá le dice:
“Hijo, date un baño para que te acuestes rapidito ya que recuerda que mañana es tu ultimo día de clases y comienzan tus vacaciones de Navidad”
“Si mamá,” – le contesta el niño en un dulce tono de inocencia – “y la maestra me dijo que mañana fuera vestido de castor”
“¿Qué?” – ¡contestó su mamá horrorizada!
Nerviosa, mira el reloj, y lo primero que piensa es que ya todo está cerrado. Imposible comprar un disfraz de castor a esa hora, y se dispone a crear uno.
Abre su closet y encuentra un abrigo de piel, del color adecuado, ¡que suerte! Toma la tijera y comienza a cortar. Busca su cinta métrica, mide el niño que casi se le dormía en sus brazos. Coser, coser, coser, cortar y coser.
Le arranca los ojos a un gran peluche que le había regalado su esposo cuando se conocieron. También le arranca las orejas y se las cose al creativo traje de castor que poco a poco iba tomando forma. Luego recordó lo que usaba para sacarle el polvo a los abanicos de techo y que parecía perfectamente una colita de castor, y casi del mismo color. Eso estaba resuelto. Coser, coser, y coser.
También recortó pedazos de una cartulina blanca que el nene tenia pegada en la pared de su cuarto con retratos de sus amiguitos y así hizo los grandes dientes de castor.
Difícilmente partió por la mitad una pelota de plástico pequeña y la pintó con pintura negra, un poco de pegamento, y resuelto la nariz del castor.
Solo faltaban las patitas y en eso se recordó que el vecino de atrás era buzo, y que le podía prestar sus aletas. Aunque ya eran las 12:30am, no se detuvo. Se puso un abrigo, dio vuelta a la manzana y tocó a su puerta. El vecino totalmente asustado por la hora comprendió totalmente la emergencia y con mucho placer le prestó las aletas. Lo mejor de todo era que estas ¡eran negras! ¡Que suerte! Antes de irse el vecino le preparó un café.
A su regreso a la casa, la mejor parte: medirle el traje de castor al nene. El pobre niño todo dormido con dificultad se incorporó y de pié se probó el nuevo atuendo que le quedó perfecto. La madre súper orgullosa le tomaba las últimas puntadas y hasta le cosió un largo cierre a través de toda la espalda, o sea, toda una obra maestra.
Buscó la cámara, le tiró varias fotos, y el nene medio despierto se viró hacia el espejo, y con una gran cara de emoción le dijo a la mamá:
“Wow, mami, parezco un castor de verdad”.
La mamá no podía con tanta emoción. Fue y llevó al niño hasta el cuarto del esposo y lo levantó para que viera el resultado. El papá también se quiso tomar una foto (en pijamas) con su hijo, el castor.
La mamá le quitó el traje al hijo y lo acostó en su cama, le leyó un poco hasta ver su hijo nuevamente quedarse dormido, fue fácil. Se dio una ducha, tomó agua y se acostó a dormir las pocas horas que faltaban para que amaneciera.
A las 6:00am sonó la alarma y quien primero entró por la puerta de la habitación era el niño emocionado, listo para que mamá la pusiera nuevamente el traje de castor. Unos cuantos retoques más y listo. Hasta quiso desayunar con su traje puesto.
El niño se subió al auto con mucho cuidado, con delicadeza. La mamá encendió el auto y comenzó su ruta acostumbrada, en dirección a la escuela cuando casi llegando el nene le dice:
“Mamá, escucha la canción que tuve que aprenderme, para cantarla hoy: “castores a Belén, vamos con alegría, que ha nacido ya, el hijo de María”…